Comenzar con una frase tan manida
como “los diamantes son los mejores amigos de las damas” es claramente una
injusticia. Su utilización en el mundo científico / tecnológico da cuenta que
el espectro de sus servicios va más allá de la joyería y su belleza y abarca
todo género y edades.
Entre ellos, la variedad más rara
son los azules. Y entre los azules, al más raro lo envuelve una leyenda que se
entremezcla de manera casi insistente con la historia. La leyenda del Diamante
Azul comienza en India. La bella piedra de un profundo azul marino adornaba la
frente de Sita, deidad consorte del dios
Rama, en uno de los templos. Aquí los datos son imprecisos, bifurcándose
en relación a los actores: algunas narraciones nos cuentan que fue un sacerdote
embelezado por la piedra quien la sustrajo de la deidad, otras mencionan a un
forastero (1). En el primer caso, se dice que el ladrón fue capturado y
torturado hasta la muerte y es el segundo caso el que abre la puerta a la maldición:
al huir el ladrón con la joya, los sacerdotes del templo, indignados por el
robo, hicieron caer una maldición sobre el diamante: el mismo traería desgracia
a todo aquel que lo poseyera.
El pequeño relato precedente trata
de la versión que origina la leyenda; en lo que atañe al aspecto histórico,
también encontramos imprecisiones mezcladas, a su vez, con el mito. Algunos
datos indican que la piedra fue hallada por un minero indio en los márgenes el
río Krishna. Otros dicen que fue encontrada en una mina de la región de
Golconda, situada al noreste de Andra Pradesh. Lo cierto es que fue adquirida
por un explorador y comerciante francés,
Jean
Baptiste Tavernier, en su sexto viaje a India circa 1642 /1660. A partir de aquel momento, el diamante -de forma
triangular y de 115 quilates- pasó a conocerse como el Tavernier Blue. Es a
través de su nuevo dueño que el diamante llega a Europa y, en circa 1668 /1669, es comprado por el
propio Luis XIV, quien lo mandó tallar hasta transformarlo en una
pieza de 67,5 quilates que pasaría a llamarse French Blue o “le diamant bleu de la Couronne de France”. Cuentan
algunos relatos que la suma recibida por Tavernier lo convirtió en un hombre
acaudalado, pero las deudas de juego contraídas por su hijo lo llevaron a la
bancarrota. En un intento por rehacer su fortuna, Tavernier viaja nuevamente a
India (2) y muere víctima del ataque de una jauría de perros salvajes.
Entretanto, la piedra, en el seno de la colección de joyas del rey, parecía continuar
llevando adelante la leyenda. Nicolás Fouquet, funcionario de
gobierno, tomó prestado el diamante para acudir a un baile oficial. En 1665 es
acusado de desfalco y es enviado a prisión, dónde finalmente fallece en 1680. Por
esos años, madame de Montespan, amante del rey, quiso que Luis le
obsequiara la joya y éste accedió. Pero desde 1679, y durante el proceso de lo
que se conoció como Affaire des Poisons
(3) se vió implicada en el mismo y, aunque no se probó su culpabilidad, al
tiempo perdió el favor del rey y se retiró a vivir una vida discreta en París,
muriendo en 1707.
En el 1715, con motivo de la
visita del embajador del Sha de Persia, Luis usa la joya para probar
que no podía ejercer ningún mal. Meses después el rey muere producto de una
gangrena. Su sucesor, Luis XV, decidió utilizar el French
Blue en un pendiente de joyería más elaborado; para ello comisionó al joyero
André Jacquemin y, en 1749, el diamante pasó a formar parte de la Order
of the Golden Fleece, aunque la pieza cayó en desuso luego de la muerte
del rey. En 1774, María Antonieta lo
obtiene como obsequio de su esposo, para que lo agregara a su colección de
joyas y ella, en ciertas ocasiones lo prestaba a su amiga, la princesa
de Lamballe. El horrendo destino de la princesa (vejada y descuartizada por una horda enardecida) y el
de Luis
XVI junto con su esposa (decapitados) durante la Revolución Francesa
son sucesos resonados. Durante los mismos, el “French Blue” ensamblado en el pendiente fue confiscado y expuesto
en el Gabinete de la Guardia Nacional, de donde fue robado en 1792 y trasladado
(se supo después) a Inglaterra con el fin de retallarlo para comercializarlo. Algunas
voces dicen que los ladrones se mataron entre ellos quedando un único
sobreviviente, quien lleva el diamante al tallador holandés Wilhem
Fals para que de la joya hiciera dos. La primera fue adquirida por Carlos
Federico Guillermo, duque de Brunswick, de quien dicen algunos relatos,
perdió su fortuna en unos meses, en tanto la otra mitad quedó en manos de Fals.
Algunas versiones cuentan que Fals fue asesinado por su hijo para robarle el
diamante, otras, dicen que su hijo simplemente lo robó y que su padre murió de
pena en tanto su hijo, un tiempo después, cometería suicidio, sin embargo,
antes de ello llegó a vender la piedra a un francés llamado Beaulieu,
quien, al conocer el destino de sus predecesores, la vende rápidamente al
mercader de diamantes David Eliason, y, a través suyo, fue
adquirida por Jorge IV de Inglaterra, alrededor de 1812, veinte años después
de su desaparición, tiempo en el que expiraba el plazo para recuperar bienes
robados establecido por la legislación francesa de crímenes de guerra. Aunque
no existen registros en los archivos reales de Windsor, se puede dar cuenta del
uso que de ella hizo el monarca a través
de algunos escritos y obras de arte, en las últimas, apreciamos al rey luciendo
la piedra con el mismo tamaño y color del que hoy conocemos como el “Hope
Diamond”, del que pasaremos a hablar más adelante. La vida disoluta del monarca
lo llevó a la bancarrota. Tras su muerte (1830) el diamante pasó a formar parte
de los pagos que hubo que realizar para saldar sus deudas póstumas, lo cual se
realizó por canales privados. De ésta manera, el otrora French Blue pasó a
manos de un banquero londinense, Henry Philip Hope, y a partir de ése
momento fue conocido como “Diamante Hope”. La piedra fue
colocada en un medallón rodeado de diamantes más pequeños y permaneció en la
familia por más de medio siglo. A la muerte de Henry Philip (1839), sus
sobrinos se disputaron (en la corte) su herencia. Tras diez años de litigio ,
la colección de gemas fue adquirida por Thomas Hope, incluyendo – claro-
nuestro diamante. A la muerte de éste (1862), su señora Adele hereda las gemas
y tras la muerte de ella, en el año 1884, la herencia recae en su hija Henrietta,
quien contrajo matrimonio con el duque Henry Pelham Clinton. Cuando ambos
murieron, los hereda su hijo, Henry Francis Pelham Clinton Hope, quien
recibe su herencia en 1887, pero en éste punto, el heredero no podía vender su
colección (ni sus piezas por separado) sin previo permiso de la corte. En 1894,
Henry Francis Pelham Clinton Hope contrae matrimonio con su amante, la actriz
estadounidense May Yohe. Yohe expresó haber usado el diamante para algunas
reuniones literarias, incluso realizó una réplica de él. En 1896, Henry Francis
se declara en quiebra. Sólo en 1901, luego de obtener permiso, vende la piedra.
Aquí encontramos nuevamente discrepancias en los estudios de su paradero. Algunas
versiones aseguran que el diamante fue vendido al mercader de diamantes Jacques
Colot, quien pierde su salud y fortuna
y debe vender la joya al príncipe ruso Ivan Kanitowski. La maldición, de
acuerdo con ésta versión, vuelve a imponerse: Kanitowski regala la piedra a una
amante parisina, la actriz Lorens Ladue, a quien asesina días
después a tiros sobre el escenario y el propio Kanitowski es asesinado tiempo
después por un grupo de revolucionarios. Siguiendo el curso de éstas versiones, su próximo
dueño fue el griego Simon Montarides, a quien alcanzó la desgracia junto a toda su
familia al desbarrancar el carruaje en el que iba con su mujer y su hija. Una
historia cuya hilación es más fehaciente, nos dice que Henry Francis vendió el
diamante al joyero inglés Adolf Weil, se divorcia al año siguiente de May Yohe y de
todas formas, termina en bancarrota. Weil, a su vez, vende el diamante al
coleccionista estadounidense Simon Frankel, quien lo traslada a
New York y a quien alcanza la quiebra un tiempo después. Por ello, en 1908,
Frankel vendió la gema al francés Salomon Habib (o Selim Habib), de quien
se dice, actuó de intermediario para el Sultan Abdul Hamid, quien obsequia
la piedra a su esposa Subaya, a la que asesinó poco
después. El propio sultán caería en desgracia, debiendo abdicar al trono. Abdul muere en prisión, en dónde permaneció
luego de la revolución que lo derroca. Otras versiones enlazan la
venta de la piedra directamente al comerciante francés Simon Rosenau,
en una subasta realizada por Salomon Habib en 1909. Rosenau lo vende al año
siguiente al joyero Pierre Cartier. En 1911, Cartier decide comercializar la joya
y, tras algunos encuentros, la vende a la socialité estadounidense Evalyn
Walsh McLean. Muchas versiones hablan sobre las desgracias acaecidas a
varios miembros de la familia, agravadas por el hecho de que Evalyn, en su
testamento, legó su fortuna a sus nietos aunque pidió expresamente que quedara
en custodia de sus administradores hasta que el menor de ellos cumpliera los 25
años. Finalmente, la administración obtuvo permiso para vender sus joyas, para
poder pagar sus deudas y, en 1949 el “Hope Diamond” fue vendido al comerciante
de diamantes Harry Winston, quien la sumó a su “Corte de Joyas”, una
colección de gemas expuesta en diferentes museos e instituciones de Estados
Unidos. En 1958, Winston dona el diamante al Smithsonian National Museum of
Natural History. A partir de su inclusión en la colección de gemas del
Smithsonian, la maldición parece haber desaparecido, de hecho, el Hope Diamond duplicó
el número de visitas del museo desde su primer día de exposición y las
estadísticas prueban que ha pasado a ser la pieza más visitada luego de la
Monalisa, contando con un promedio de 7.000.000 (siete millones) de visitantes
por año.
La maldición del diamante azul, tema que elegimos como alegórico
para éste Halloween, nos ha servido como conector para plantear otro. Debido a
la cantidad de imprecisiones encontradas en los primeros artículos, con los que
íbamos (o pretendíamos) tener una primera aproximación para configurar, dar orden
y cohesión al texto, notamos rápidamente que en éste (como en muchísimos otros
temas), la net estaba completamente saturada por un fenómeno irritante: el Copy / Paste. Impacta la falta de
pericia, ética y dedicación a la hora de abordar con seriedad el tema o la
materia que se elija. En todos los artículos que he leído (y fueron bastantes) nadie
parece haberse hecho alguna pregunta de tenor elemental ni constatar algunos
datos con los mejores aliados en éste tipo de tema: registros y documentos
históricos:
* Tavernier, su primer
propietario, murió de causas naturales a la edad de 84 (ochenta y cuatro) años.
* Maria Antonieta nunca
usó el French Blue, como se asegura en la mayoría de los artículos. Como
mencionamos, la piedra se ensambló en el pendiente Order of the Golden Fleece,
el cual estaba reservado para uso
exclusivo del rey y si bien la reina, por derecho, podía utilizar joyas de
la corte, en éste caso, ni ella ni la princesa de Lamballe tuvieron acceso al French
Blue.
*Al referirse a la quiebra del duque
de Brunswick, tal vez es bueno apuntar que muchos nobles perdían su fortuna
luego de participar en guerras por alianzas con las que quedaban arruinados. No era un
tema exclusivo de Brunswick. Como muchos sabemos, algunos siglos antes, la
inmensa cantidad de oro y plata provenientes de las colonias americanas del
reinado de Castilla, entraban y salían de la Casa de Indias para pagar las
deudas de la corona, contraídas para consolidarse por sobre otras casas. Y en
el 1700, con Napoleón en activo, muchos nobles vivieron las desavenencias de la
bancarrota por el mismo tema.
*Lo mismo vale al mencionar la
bancarrota (ya a principios del s. XX) de Simon Frankel, cuya quiebra estaba en
relación con la crisis de la coyuntura, que también arruinó a muchos otros de
sus pares, sin que haya entrado en relación con ellos, ya en ése entonces, el Hope
Diamond.
*Cuando los artículos hablan de “la locura de Jorge IV”, ¿se estarán refiriendo
a la de su padre, Jorge III? Es más que probable, Jorge IV llevaba una vida
frívola y disoluta dedicada al juego y a las mujeres (también al arte, hay que
decirlo), pero no estaba loco, sí lo estaba su progenitor, motivo por el cual
él tuvo que asumir la regencia. Jorge IV murió dejando tras de sí muchísimas
deudas, pero cuerdo.
* Si bien Colot era un comerciante
de la época, no existe ni un solo registro con el que pueda vinculárselo con el
Hope Diamond. Lo mismo vale para la vinculación que se hace con Catalina la
Grande, de quien se dice que murió luciendo el diamante. Tiempo más tarde,
algunas líneas de investigación apuntan a que Evalyn McLean la incluyó como “una
de las víctimas de la maldición”, para aumentar los alcances de la misma entre
familiares y amigos.
* En el 2005, las investigaciones
concluyen que Eliason cortó el French Blue y que el ahora conocido “Hope
Diamond” es parte del diamante robado durante la revolución, confirmación que
da por el trasto con la participación en la historia de Fals y su hijo.
* En 1909 se reporta la muerte de
Salim Habib en un naufragio, como parte de la maldición, tiempo más tarde se
supo que quien murió en ése naufragio era otra persona con el mismo nombre.
Estos son algunos de los puntos que elegimos remarcar. Hay muchos otros para mencionar. Tantos como líneas de investigación. Algunas de ellas apuntan la leyenda de la maldición al talento de ventas de Pierre Cartier,
quien cautivó con su relato a McLean. Ella, a su vez, aumentó el “número de
víctimas” en los suyos. Por su parte, May Yahe estaba empecinada en llevar
adelante una serie televisiva con la historia de la maldición, para la cual ya
tenía escritos varios capítulos y había incluído más víctimas.
Lo que podemos afirmar, a partir
de investigaciones serias, es que, de todos los personajes envueltos en el
relato, se puede confirmar la existencia de algunos de ellos. En todos los
demás casos, carecemos de las conexiones necesarias para vincularlos al tema ni
de las confirmaciones que aporten veracidad a una línea de relato.
No se trata de pecar de positivistas,
la historia del diamante Azul / Hope, es apasionante desde el punto de vista
histórico. La piedra ha viajado por India, Francia, Inglaterra y Estados Unidos
y en su punto final, el Smithsonian, lejos de acarrear desgracias, ha
funcionado como el toque de Midas.
¿Podemos hablar entonces del
final abrupto de una maldición? Creemos que en éste caso, se trata nada más ni
nada menos que de la realidad imponiéndose
ante la ficción, por más apasionante que ésta se nos presente.
María de la Cruz Rojo
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Notas
(1) Otras
versiones mencionan que “el forastero” no era otro que Jean Baptiste Tavernier,
personaje que se menciona a continuación en el artículo.
(2) Otras
fuentes mencionan que viaja a Rusia, en dónde muere congelado y su cadáver es
encontrado comido por alimañas. Otros dicen que muere al viajar a
Constantinopla.
Fuentes